22 de diciembre de 2014

Ramón de Mesonero Romanos: El aguinaldo.

Cada paso que se avanzaba en la subida, se adelantaba también en el progreso de las artes del paladar; a los puestos ambulantes de buñuelos habían sucedido las excitantes pasas, higos y garbanzos tostados; luego los roscones de pan duro y los frasquetes alternaban con las tortas y soldados de pasta-flora: más allá los dulces de ramillete y bizcochos empapelados ofrecían una interesante batería, y por último, las fondas entapizadas ostentaban sobre sus entradas los nombres más caros a la gastronomía madrileña, y brindaban en su interior con las apetitosas salsas y suculentos sólidos. ¡Qué espectáculo manducante y animado! Cuáles sobre la verde alfombra formaban espeso círculo en derredor de una gran cazuela en que vertían sendos cantarillos de leche de las Navas sobre una gran cantidad de bollos y roscones; cuáles ostentando un noble jamón lo partían y subdividían con todas las formalidades del derecho. (Mesonero Romanos, La romería de San Isidro, 1832)

Ramón de Mesonero Romanos nació el 19 de julio de 1803 en Madrid, en la calle entonces conocida como "del Olivo" y que hoy lleva el nombre de su ilustre ciudadano, académico de la lengua y cronista oficial de su ciudad natal.

"Cronista" es la palabra que mejor define a este escritor, costumbrista en pleno romanticismo. Bajo la firma de "El curioso parlante" retrató con indisimulada ironía y finísimo detalle el país y el paisanaje de la Villa y Corte madrileñas donde, salvo alguna escapada turística, residió desde su nacimiento hasta el 30 de abril de 1882, día de su muerte, y a la que dedicó no solo su pluma sino también su actividad como concejal.


Tanto es así que no hay título en su obra (casi toda ella recopilaciones de artículos costumbristas) en que no aparezca el nombre de Madrid o el peculiar patronímico "matritense" (y no "madrileño"): El antiguo Madrid, Panorama matritense, Escenas y tipos matritenses, Manual de Madrid e incluso su autobiografía a la que llamó Memorias de un setentón, natural y vecino de Madrid.

De aquellas "Escenas matritenses", me complazco hoy en traer el artículo titulado "El aguinaldo", publicado en diciembre de 1832, a modo de especial navideño de Gastrofábulas, que completa así su primer año de andadura. En él, bajo la excusa de la mirada atónita de un visitante francés, Mesonero Romanos nos describe los excesos gastronómicos en que por estas fiestas incurrían sus coetáneos. Una costumbre que, como sabemos, no es exclusiva de la capital del Reino ni parece haber cedido un ápice en los casi dos siglos que median entre la publicación de la pieza y la fecha en que este blog la recupera para sus lectores.

Lectores a los que agradezco su fidelidad y aprovecho para desearles
Feliz Navidad y un dichoso 2015.


El aguinaldo

«Omnia tempus habent, et habet sua tempora tempus».
TRADUCCIÓN SUELTA.
«Cada cosa en su tiempo, y los nabos en Adviento».

El erudito Mr. de Jouy consagró un capítulo de su preciosa obra de El Ermitaño de la calle de Antín a describir la costumbre de los estrenos (étrennes) o regalos de Año Nuevo que tan en boga está en Francia y en otros países, y razonando sobre ello con su profunda erudición, pretende probar que aquel uso viene de Tacio, rey de los sabinos, a quien en un día de Año Nuevo se había hecho el presente de algunos ramos consagrados a Strinuo, diosa de la fuerza, lo que parece que aquel señor hubo de tomar a buen agüero. Por qué tanto aquel año fue para él muy dichoso, y en justo agradecimiento autorizó la usanza de los dichos regalos en lo sucesivo llamándoles strenae, de lo cual positivamente viene la voz francesa étrennes, y la castellana estrenos, que han usado en igual sentido nuestros autores.

Pero esta voz ha perdido entre nosotros su uso casi del todo, sin duda porque la costumbre a que se refería ha caducado también; pues si bien es cierto que aún se conservan algunos regalos de principio de año, a consecuencia de la burlesca ceremonia, aún bastante generalizada en las tertulias, de sacar a la suerte en la víspera de Año Nuevo parejas de hombre y mujer, sin embargo, puede considerarse como desacreditada semejante costumbre (especialmente en Madrid, donde hablamos), si bien en su lugar tenemos otra ocasión de lucir nuestra generosidad pocos días antes, en las dádivas llamadas de aguinaldo, con que solemos endulzar la memoria del nacimiento de nuestro Redentor.

Que sea uno mismo nuestro aguinaldo que les étrennes franceses, lo asegura por mí un autor acreditado cuando dice: -«Y por ser a cuatro días de mi llegada día de Año Nuevo, cobré mi aguinaldo de los señores de aquella corte». -Mas si la costumbre es la misma, la palabra tiene distinto origen. Tal lo siente el famoso Covarrubias cuando la hace venir de la voz arábiga guineldun, que significa regalar, o de la palabra griega gininaldo, que vale tanto como regalar en el día de natalicio. Mas sea de ello lo que quiera, es lo cierto que con la voz aguinaldo (o aguilando, como dicen en algunas provincias) designamos generalmente todos los presentes que se hacen desde la víspera de Navidad hasta la Epifanía, y que esta es costumbre bastante general para haberla de pasar por alto.

Ahora bien; ¿cómo se verifica esta costumbre? ¿Consiste acaso, como en Francia (según nos la describe el ya dicho Ermitaño), en un cambio mutuo de todo lo que la perfección de las fábricas, el genio de los artistas o el buen gusto de los literatos ostentan a porfía en ocasión semejante? ¿Invéntanse para ello nuevas telas, alhajas y muebles primorosos, libros llenos de ingenio y agudeza? ¿Pónense en movimiento grandes capitales, destinados a vivificar las artes y el comercio, o a hacer florecer la literatura y las ciencias? ¿Amenízase el todo con sales epigramáticas, composiciones sublimes o cartas llenas de ternura y sensibilidad? Vamos a verlo.

En el año 1824 tenía yo en mi casa un alojado francés, oficial de la Guardia Real, el cual, por razón de cierta herencia habida de una tía suya casada en Alicante, permaneció en España más tiempo que el ejército, lo bastante para poner en claro la testamentaría (cosa que no es tan fácil como parece), y con este motivo, y siendo ademas de un natural amable y amigo de la sociedad, hizo relación con muchas personas de todas clases, que le recibían en su casa con la mayor complacencia. Las aventuras particulares de este francés son cosa de que más de una vez he querido hacer partícipes a mis lectores, y que servirían ahora de clave para entender mejor este discurso; pero como de esas cosas me faltan que decir y hallarán su colocación cuando menos se piense. Mas contrayéndome por ahora al objeto del día, sólo diré que acercándose el fin de aquel año, y deseando mi parisién corresponder con aquellas personas a quien debía obligaciones o amistad, de un modo relativo a su clase y circunstancias, consultó conmigo sobre les étrennes que debería regalar; y como él desconfiaba de saber hacer por sí las compras, vino a proponerme sus intenciones, a saber:

En primer lugar, a cierto personaje a quien él debía singular protección y benevolencia, le destinaba una primorosa colección de clásicos de la literatura francesa; -a una señora, cuya influencia le había servido de notable recomendación, le ofrecía un precioso artificio de pájaros disecados sobre flores y frutas trabajadas en cera; -a su abogado defensor, dedicábale una caja de ébano que contenía los códigos franceses e ingleses; -al agente de sus negocios, le brindaba un semanario con registro de agenda para todos los días del año; -a la esposa del escribano, media docena de cuadros copias de Vernet, con sendos marcos de relumbrón; -y por último, a la causa de su tormento, un primoroso libro encuadernado en mosaico, que contenía las poesías más sentimentales de Lamartine. No pude dejar de sonreírme al escuchar tales propuestas; mas sin replicar una palabra, parecí conformarme con su idea y me encargué de la compra.

Por supuesto, pueden venir en conocimiento mis lectores de que en vez de dirigirme a fábricas y librerías, hice rumbo hacia los portales de la plaza y calle Mayor, tocando empero al paso en ciertas tiendas de ultramarinos adonde sabía poder encontrar lo necesario para mi objeto. Y verificados que fueron mis ajustes, torné a mi casa, donde ya me esperaba el oficial con seis o siete cartas redactadas en el ínterin, cuáles en prosa a la Chateaubriand, cuáles en verso a la Víctor Hugo, y todas alusivas a los diferentes objetos que remitía. V. gr., empezaba la del personaje: -«La voz de la sabiduría busca los oídos del sabio; permitid, señor, a los autores clásicos de nuestra literatura que vayan a acogerse bajo la superior inteligencia de  vd.» Y en esto entraban ya por la sala tres mozos cargados con seis barriles de Peralta, Pedro Jiménez, Manzanilla y otros diferentes autores. Seguía la de la dama diciendo:

Símbolo de ternura y de amistad
Ellos, señora, al dirigirse a ti,
De un corazón sensible a tu bondad
La gratitud expresarán por mí.

Y a este tiempo ocuparon la sala media docena de pavos y otra media de capones cantando un tutti parecido al final de un primer acto. Empezaba la del abogado diciendo: «La ley de todas las naciones...», y sin dejarla proseguir le presentó un precioso bolsillo que contenía una cincuentena de escudos. Proseguía la del agente: «Trescientos sesenta y cinco días bien empleados», y a este tiempo hice sacar de las alforjas del conductor treinta docenas de chorizos; pero éste me hizo ver que me había equivocado en la cuenta, pues faltaban cinco piezas para todo el año. Venía después la carta de la mujer del escribano, y lo mismo fue ver que se hablaba en ellas de cuadros, que al instante hice salir una colección de ellos capaz de guarnecer la más amplia despensa. -Por último, al prorrumpir con la carta de la querida en la mano: -«¿Qué podré yo dedicar a la virgen de mis primeros amores, que reúna en más alto punto la sensibilidad y el gusto más delicado?» -«Una caja de mazapán de Toledo», exclamé yo con entusiasmo, poniéndola sobre la mesa.

Hasta aquí pudo llegar el sufrimiento de mi buen francés, el cual, saltando en medio de la sala, y con voz estentórea, apoyada por el bajo continuo de las pavos, exclamó. ¿Cómo? ¿qué es esto? ¿Usted pretende ponerme en ridículo?
-Nada menos que eso, amigo mío, le contesté yo con gran calma; antes bien trato de evitárselo a usted; además, que yo creo haber cumplido con sus instrucciones. Usted me encargó una colección de autores clásicos, ¿y no lo son Pedro Jiménez y consortes? -Unas aves disecadas; ¿pues qué les falta a esas para serlo? -Un código de leyes; yo le ofrezco un bolsillo lleno. -Un semanero, ¿y cuál más a propósito que una cuelga de chorizos? -Una colección de cuadros; ¿y no lo son también los del tocino? -Una obra de ingenio; pues bien, según mi dictamen, pienso que lo es una caja de mazapán.

Pero, dejando a un lado las chanzas, amigo mío, ¿parécele a vd. que estamos aquí en París? ¿o piensa que en circunstancias semejantes nos pagamos por acá de libros y de monadas? No; si no, eche vd. un pedazo en el puchero, y verá qué caldo sale. Nada de eso, no, señor; todas esas son ideas románticas que aquí no pegan, porque nosotros (a Dios gracias) estamos por el género clásico. Esas obras y artefactos son muy santos y muy buenos, sí, señor; pero no podrían sacar a un hombre del apuro del día, y así serían agradecidos los regalados como por los cerros de Úbeda. Y si no, véngase un par de horas por esas calles de Dios, y verá cómo todos piensan de ese modo; recorra vd. esas confiterías, y observáralas preñadas de obeliscos y templetes (pruebas felices de nuestra arquitectura); verá en las diversas piezas de dulces y mazapanes la imitación de la naturaleza tan recomendada por los artistas; desengáñese vd.; éstos y no otros cuadros, son los que necesitamos en nuestras galerías.

¡Estatuas!, ¡pinturas!, ¡producciones raras de los tres reinos!... ¡bravo! Asómese vd. a ese balcón y veralas cruzar en todos sentidos, pero sólo del reino animal y algunas pocas del vegetal, para la colación de Nochebuena: en cuanto a piedras ¡fuego! cómaselas quien las quiera... Mire vd., mire, vd. todos esos mozos qué cargados van; pues todo lo que llevan es producto de nuestras fábricas; vea vd.; chocolate... longanizas... confitura... turrón... ¡y luego dirán que no hay industria! Pero acabemos de una vez; venga vd. conmigo, y observe lo que sea digno de observar. -Y no hubo más, sino que, agarrándole del brazo, di con él en medio de la Plaza Mayor.

El aguinaldo. Ilustración del siglo XIX,
Fuente: Eduardo Valero García
Pasmado se hallaba el bravo oficial al considerar toda aquella provisión de víveres capaz de asegurar a la población de Pekín, y bien que acostumbrado al redoble del parche o al estampido del cañón, todavía se le hacía insoportable el espantoso clamoreo de los vendedores y vendedoras de dulces y frutas; el pestífero olor de los besugos vivitos de hoy; el zumbido de los instrumentos rústicos, zambombas y panderos, chicharras y tambores, rabeles y castañuelas; el monosílabo canto de los pavos y las escalas de las gallinas, que atados y confundidos en manojos, cabeza abajo, pendían de los fuertes hombros de gallegos y asturianos; el rechinar de las carretas que entraban por el arco de Toledo henchidas de cajones, que en enormes rótulos denunciaban a la opinión pública los dichosos a quienes iban dirigidos; la no interrumpida cadena de aldeanos y aldeanas, montados en sus pollinos, que se encaminaba a las casas de sus conocidos de la corte, a pasar las pascuas a mesa y mantel, en justa retribución de una cantarilla de arrope o una cestita de bollos que traían de su lugar; el eterno gruñir de los muchachos, cuál porque un mal intencionado le había picado el rabel, cuál porque un asesino le había llevado de un embión entrambas piernas del pastor del arcabuz o de la charrita de Belén; y, en fin, el animado canto de los ciegos, que entonaban sus villancicos delante de las tiendas de beber.

- ¿Cómo (exclamaba el extranjero), y es ésta la nación sobria y taciturna?
- Eslo sin duda, pero dulce est disipere in loco, y algún día en el año habíamos de hacer traición a nuestro inevitable puchero y nuestra eterna prosopopeya.
- ¿Mas cómo puede llegar a consumirse toda esta provisión, que parece destinada a sostener un sitio de cuatro meses?
- Yo le diré a vd.: dedicándose todos a la gastronomía durante las vacaciones; reproduciéndose casi todos los días los convites de familia; poniéndose unos a otros en contribución de aguinaldo para sostenerlos; aumentándose notablemente la población de Madrid con el refuerzo de los lugares circunvecinos, y dando rienda suelta para comer y cenar a soldados y muchachos.

¿Y en tales momentos pretende vd. que se aprecien los obsequios que vd. preparaba? No, amigo mío, sea usted romano en Roma; expida desde este central depósito aves y turrones; omita el acompañarlos con elegantes misivas; que si ellos fueren de ley, ellos hablarán por usted, y si son malos, todas las epístolas de Cicerón no bastarían a hacerlos buenos. Recorra después las casas de los obsequiados, y verá que toda la alegría del licor malagueño se ha trasladado a los semblantes, y toda la dulzura del mazapán se ha comunicado a los labios.

NOTAS:
Mr. de Jouy: Victor-Joseph Étienne de Jouy (1764-1846).

Calle y Plaza Mayor de Madrid: Desde al menos el siglo XVIII, la Plaza Mayor madrileña y sus aledaños acogen un bullicioso mercadillo navideño, tanto de alimentos como de enseres y bastimentos propios para las fiestas: adornos, instrumentos musicales, figuritas de belenes, etcétera.

Peralta: el vino de Peralta, Navarra, gozó de gran fama durante los siglos XVIII y XIX y era uno de los artículos navideños más habituales.
Pedro Jiménez: o Pedro Ximén (Px) es un vino de pasas tradicional de las zonas de Montilla-Moriles  (Córdoba) y Málaga. En la época se le denominaba con frecuencia"vino de Málaga" independientemente de la procedencia geográfica.
Manzanilla: Pese a que los vinos de Sanlúcar (Cádiz) tenían ya justa fama, se pusieron "de moda" en Madrid durante el siglo XIX, probablemente debido al goteo de las independencias de las colonias americanas que eran hasta entonces su principal destino, por lo que los comerciantes de vino de esa zona tuvieron que buscar nuevos mercados.

Mazapán de Toledo; En la capital manchega la tradición del mazapán se remonta a la edad media, seguramente bajo la dominación árabe. Las primeras recetas en castellano son ya de 1535 (en la edición toledana del Libro de cocina de Ruperto de Nola, aunque es añadido y no figura en la edición en catalán de 1520). En 1615 se regula su elaboración, exigiendo "almendra de Valencia y azúcar blanco", requisito de calidad que permanece -salvo el origen de las almendras- hasta la actual Denominación de Origen. Tal y como puede observarse en la ilustración (tomada de la edición de 1845), ya la época de Mesonero se elaboraba con la típica forma de anguila en "S".

(Es curiosa la aparición como dulces típicos navideños de especialidades de la repostería árabe, como el mazapán, el turrón o los alfajores, que hasta el siglo XVII no tenían esa marca estacional. Tal vez, precisamente por su alto precio y calidad de gollería, se empezaron a consumir en estas fechas con la excusa del exceso gastronómico, al igual que sucedió más tarde con el champaña).

Cuadros de tocino: Se refiere a que la forma habitual de consumirlo era cortado en dados y frito. En realidad no es tocino sino panceta o tocino entreverado.

Besugo: Este pez era ya entonces, junto al pavo, plato típico de la Nochebuena madrileña. La ironía "vivitos de hoy", en cursiva en el original, refiere a la voz con que los pregonaban los comerciantes aunque, obviamente, no solían ser muy frescos (y de ahí la pestilencia).

Pavo: Ya en 1735, en el sainete "La plaza Mayor por Navidad", Ramón de la Cruz cita la venta en Madrid de pavos específicamente cebados para los fastos navideños que, junto a los capones, eran muy apropiados para dar de comer a un alto número de comensales con una sola pieza. No es por tanto, como algunos creen, costumbre importada y menos aún de EE. UU. (en este último caso lo es para su día de "acción de gracias", a finales de noviembre), sino genuinamente hispana. Las aves se criaban en Galicia y Asturias y se traían caminando en piaras (llamadas "pavadas") cruzando Extremadura por la cañada de la Plata y otras rutas de la Mesta hasta llegar a Madrid.

Arrope: mosto de uva cocido, a veces con añadido de frutas o azúcar, hasta reducir a una consistencia melosa.

Embión o envión: empujón.
Charrita: campesina. Habla, por supuesto, de figuritas de belenes, que a la fecha eran de barro moldeado.

Sostener un sitio: quiere decir "resistir un asedio".


 Fuente: Escenas matritenses por El curioso parlante, 4ª Edición, 1845, Google Books.


1 comentario:

  1. ¡Qué regalo de Navidad, Miguel!
    He andado por algunos caminos en España, no demasiados; pero los suficientes como para sentirme seducido por muchos sitios (San Sebastián, Logroño y la Villa de Igea, Ávila, Sevilla y algunos más). Sin embargo, me ha costado, como diríamos en Buenos Aires, "entrarle" a Madrid...
    Es cierto que me ha conmovido llegar hasta la Plaza 2 de Mayo en Malasaña y contemplar el Guernica en el Reina Sofía, pero poco más.
    Siento que estos escritos de Mesonero Romanos me abren una puerta para entenderla en su identidad vital, intentaré no cerrarla...
    Te mando un afectuoso abrazo, acompañado del deseo de un 2015 colmado de intensa felicidad.

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