—Te entrego mi estómago, un poco estropeado por las salsas al por mayor—le dije al darle posesión de su cargo—, y espero que me lo trates bien. El estómago es el alma del escritor. Con un poco de acidez o de flatulencia, yo haría una literatura triste y perdería lectores. Al nombrarte mi cocinera, te nombro, en realidad, mi colaboradora. Hazme guisos sencillos, sabrosos y sanos, y de este modo tendremos siempre el respeto de la crítica y la aceptación del público. (Julio Camba, La rana viajera, 1920)
Julio Camba nació en Vilanova de Arousa, Pontevedra, en 1882. Aunque publicó alguna novela, el grueso de su obra son sus artículos periodísticos, la mayoría hoy recopilados en volúmenes agrupados por categoría. Desplazado como corresponsal a diversos puntos del planeta (Reino Unido, Francia, Alemania, EE.UU., etc.), desarrolló una visión del mundo cosmopolita y gallega al mismo tiempo, lo cual, unido a una elegantísima ironía e impecable lenguaje, dota a sus artículos de fácil, interesante y agradable lectura.
Así mismo, fue un excelente gastrónomo (¿algún gallego no lo es?) y, en 1929, publicó una colección de artículos sobre el tema culinario, algunos escritos ex profeso para la edición, bajo el título "La casa de Lúculo o el arte de bien comer" (subtitulado "Nueva fisiología del gusto", en alusión a la obra de Brillat-Savarin), donde, además de narrar experiencias en estómago propio, muestra un profundo conocimiento de los alimentos, cocinas, usos y costumbres de países y paisanos; obra a la que Gastrofábulas le dedica hoy merecidísima atención:
Burro de Olvera: la anécdota pudiera ser cierta. Al parecer lo refiere Albert Jean Michel de Rocca, teniente de húsares que contó sus vivencias en la Guerra de la Independencia. Se dice que, a los franceses que combatieron en Andalucía, cuando se quejaban de una comida les espetaban en tono de burla: "Vous avez mange de l'ane a Olvera!" (¡Tú que comiste burro en Olvera!).
España es, ciertamente, el primer productor de ajo de Europa y quinto del mundo. Igualmente, y aunque las cifras bailan según la fuente, es también el mayor consumidor per capita de occidente, aunque chinos y coreanos son mucho más devoradores de la liliácea.
«Del cíclope al golpe...»: fragmento del soneto A Francia, de Rubén Darío.
Salvo la primera frase, el artículo fue publicado tal cual en el diario ABC de Madrid, el 30/12/1928, bajo el título de "El año sardinero".
La botica de Pepe Roig (que, por supuesto, existieron botica y boticario) estaba, al parecer, en la misma ubicación que la actual farmacia Pavía, en C/ Francisco Reiniz, junto a la plaza Olmos, en Vilanova de Arousa.
El jeito o xeito es, en efecto, un arte de pesca con red entre los llamados "de enmalle", casi específico para la sardina; sin embargo, no creo que sea de origen catalán pues, desde hace siglos, es tradicional entre los pescadores gallegos (un ensayo de Andrés Canoura sobre el tema, publicado por la Consellería de Pesca, da cuenta de esta práctica en Galicia ya en el siglo XVII, mucho antes del reinado de Carlos III) y el autor probablemente se refiere a la influencia que los empresarios catalanes de la salazón tuvieron en Galicia durante el siglo XVIII.
François Vatel fue un célebre cocinero francés del siglo XVII a quien se le atribuye la invención de la crema Chantilly y de quien se cuenta que se suicidó pensando que el pescado que había pedido no iba a llegar a tiempo para la comida que debía servir.
La versión publicada en el libro añade, además, la nota siguiente: Más o menos, las sardinas se asan de igual manera desde el monte de Santa Tecla en la desembocadura del Miño hasta el puerto de Pasajes. Consignemos, sin embargo, una variante digna de los mayores elogios: la de las sardinas malagueñas en espetón. Se traza una circunferencia en la tierra, se excava un poco y se hace un lecho de brasas. Los espetones son de caña. En cada uno de ellos se ensartan algunas sardinas, cuantas menos mejor. Luego se observa el viento, se toman lo espetones y se clavan al borde del círculo ígneo. Las sardinas que se usan en Málaga para este asado —un verdadero asado al asador, diga lo que quiera Alejandro Dumas— son mucho más chicas y mucho menos grasientas que las del Cantábrico; pero están riquísimas. Es costumbre asarlas y comerlas frente al Mediterráneo, mar cuya fauna, un poco desacreditada en general, se rehabilita en Málaga, y el vino de Montilla las sienta admirablemente.
Nota de la que, como malagueño, doy fe de su acierto y, al mismo tiempo, agradezco el elogio. La referencia a Alejandro Dumas (padre) alude al comentario que el novelista francés hace en su libro "Viaje por España", donde dice que en España no existen los asadores aunque exista la palabra.
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